Vivimos en un ambiente rodeado de
radiaciones que provienen del sol, de la corteza terrestre, de las paredes, de
nuestras viviendas, e inclusive de nosotros mismos, porque los elementos
presentes en la naturaleza, como el carbono contenido en el petróleo, el
potasio contenido en nuestros huesos, el uranio distribuido en la corteza
terrestre, poseen unos átomos de especial forma conocidos como isótopos, los
cuales natural y constantemente emiten radiaciones.
Desde fines del siglo pasado, el
hombre ha aprendió a utilizar las radiaciones para ayudar a resolver
problemas en áreas tan importantes como la agricultura y la alimentación, la
salud humana, y la industria. El ejemplo más conocido es de las
radiografías de rayos X, existiendo otros como el de las radiaciones intensas
mediante rayos gama provenientes del cobalto para el tratamiento del cáncer.
También las usamos para efectuar diagnósticos de enfermedad.
Hemos aprendido a utilizar la enorme energía contenida en el núcleo de los elementos naturales como el uranio, para generar inmensas cantidades de calor que se utilizan por ejemplo, para producir electricidad en los países más avanzados del orbe. Esta utilización, aunque poderosa y necesaria para muchos países que no tienen energías alternas, debe ser efectuada con sumo cuidado dado los dramáticos errores y accidentes que se han dado, como es el caso reciente de Chernobyl en Ucrania.